13 de junio de 2011

Day 44 (Anexo 2): Paris




La Torre Eiffel era tan alta, tan alta, que todos los monumentos de París la envidiaban (los clásicos, los que eran más antiguos, sobre todo: Notre Dame, El Panteón, el Obelisco de Place Vendome, Les Invalides). La Torre de Montmartre y el Sacre Coeur también eran muy altos, y tenían miles de luces por la noche; pero, sin embargo, la Torre Eiffel brillaba como las estrellas y chisporroteaba como loca a las horas en punto, como ningún otro lugar en toda Francia. Los cabarets nocturnos, el Moulin Rouge, el Crazy Horse, también lucían piernas bonitas y perfiles esbeltos, pero ninguno como la curva elegante de acero y tornillos que se elevaba al final de los Campos de Marte.

La Torre Eiffel lloraba todo el rato y yo me acerqué una noche y le pregunté por qué.

“Porque soy tan alta, tan alta”, me respondió, “que todo el mundo quiere subir a mi mirador para, desde lo más alto, contemplar la ciudad… pero, cuando están allí arriba, ¡no pueden verme!”

Pura coquetería, la de esta inmortal mademoiselle.

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