14 de julio de 2010

Day 19: Trafalgar Square

El tiempo: Colorado
T-shirt: roja y amarilla


Batallas solapadas
En 1805 la coalición británico-prusiana, en sus intentos por derrocar a Napoleón y destruír la influencia militar francesa en Europa, se enfrentaron a España y Francia en la famosa (y apasionante, guste la historia o no) batalla de Trafalgar. Las naves españolas ya estaban decrépitas y llevaban unos cuantos fracasos acumulados, pero fue la brillante estrategia del almirante Nelson (que murió por cierto al principio de la batalla) la que aniquiló la flota enemiga de manera brillante. La guerra es tremenda, aunque leída en los libros de historia y con doscientos años de perspectiva se torna grande, inmensa.

La estatua de Nelson preside una de las plazas más impresionantes de la ciudad, en lo alto de una columna altísima, mirando hacia las Casas del Parlamento. Fuentes, leones y la National Gallery, entre otros edificios ilustres, flanquean un espacio desorbitado, siempre lleno de turistas. Al fondo de Whitehall, la Avenida dedicada a los héroes de la guerra británicos (estatuas en negro y edificios monumentales) se puede ver el Big Ben. Saint Martin in the Fields, de riguroso blanco, aguarda también al visitante (y a un próximo post).

Hacia las diez de la noche del domingo llega la marea roja desde Picadilly Circus. Probablemente será una vez en la vida. La gente se baña en las fuentes semidesnuda y jalea en voz alta, canturrea, se ríe a carcajadas, se abraza. Es una fiesta. El Almirante Nelson da la espalda a todo lo que ocurre. El país que fue su enemigo más odiado invade ahora la plaza erigida en su homenaje. El Almirante Nelson, hombre de guerra, no se da cuenta de que, en la inmensidad del tiempo y de este universo misterioso, doscientos años no son nada. Las batallas son apenas las comas de un discurso escrito en las estrellas, y las guerras simples enfermedades que dejan paso, por fin, a la salud, entendida como el respeto, la libertad, la unidad entre los pueblos, la concordia, el amor, la conciencia de que somos solamente hormigas de paseo en un mundo que no conocemos, y de que es mejor llevarse bien, y celebrar algo tan insignificante y tan estúpido, pero tan grande, como el triunfo de España en el Mundial.


¿Una premonición?

9 de julio de 2010

Day 18: España a la Final

Ignorante y escéptico (converso) del fútbol como soy, he de confesar que me alegro de que estemos en la Final del Mundial, se gane o se pierda (no conviene hacerse muchas ilusiones para no caerse desde muy arriba, como con casi todo). Hay que reconocerle a estos eventos deportivos que transmiten una emoción inigualable y universal, emoción que desde la distancia es ahora cuando empiezo a entender.

Lo dicho, que disfrutéis del fin de semana y sobre todo de la Roja.


7 de julio de 2010

Day 17: Charlotte Blues Bar

El tiempo: botas de agua apolillándose en el armario.
Color de la camiseta: roja.


Nostalgia de tabaco
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En otros tiempos y otros lugares los locales de jazz en vivo respiraban distinto, al ritmo tal vez de la melancolía o la desesperanza. Sólo quedan algunos, pero en una ciudad en la que el tabaco es perseguido con tal furia y el alcohol, en contra, tan estúpidamente consentido, va a ser difícil encontrar alguno. Ocurrió también cuando la música de blues dejó de ser reducto de una minoría ilustrada (al menos en Europa) y comenzó a ser una carrera por la venta de discos. La debacle ha sucedido en todas las artes, paulatinamente al principio, pero después de forma acelerada, precipitándose hacia los abismos de Spotify, Emule, Youtube. Si el demonio hubiera escogido los nombres para tan diabólicos instrumentos no lo hubiera hecho mejor.

No hay solitarios con el sombrero ladeado tomando whiskey con hielo en Charlotte Blues. Tampoco mujeres fatales de guantes infinitos, de vestidos en rojo o negro que dibujan las curvas imposibles. Ya no hay el mismo humo cargante desde hace dos semanas. El tipo de la puerta sonríe con su traje robado de La Máscara, y la chica que vende las entradas, fuera ya de todo el glamour posible, lleva unas hawaianas blancas y mucho maquillaje. Los muebles son nuevos, los espacios extraños, maclados a la fuerza, sobreponiéndose los unos a los otros. Las pintas se sirven en jarras alemanas, los grifos no respetan las marcas que anuncian.

Queda la música. El directo. El saxofón y a veces el piano lo pueden todo. Se cuelan por todos los rincones, arrancan el tedio de las mesas, de entre las sillas arrinconadas, y hacen el sitio grande, inmenso. La música es lo que ha sobrevivido, escondida en los instrumentos, aguardando el momento de salir a flote otra vez. El jazz es grande, su pasión, su alma, puede más que todas esas gramolas de mentira o que los butacones de piel brillante, por mucho que nos empeñemos en hacerlo sonar en sitios descafeinados, asépticos, que suspiran seguro por la vuelta de los años cincuenta.